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¡La fuerza del propósito!

¿Cuál es su razón de ser? ¿Por qué usted hace lo que hace? ¿Qué le mueve a trabajar con tanto esfuerzo? ¿Cómo define el valor que desea agregar a los demás en su paso por la vida? Al responder estas preguntas estará puntualizando su gran propósito existencial como persona; de allí en adelante lo que sigue es decidir estrategias y reglas de oro para cumplir dicho anhelo.

Ahora imaginemos una organización que no tenga claro su propósito o que éste no es compartido por igual por sus miembros. ¿Hacia dónde va? ¿Qué une las intenciones de cada una de sus áreas? Sin la fuerza de un propósito pueden surgir objetivos individuales contrapuestos o no existir una filosofía de trabajo que guíe las prioridades. Por ejemplo, una persona hace una valiosa sugerencia para aumentar la productividad en el cumplimiento de la misión de la empresa y para mejorar el ambiente de trabajo de su equipo, pero su jefe la desacredita: “No, aquí el que piensa soy yo, usted siga en lo suyo.” ¿Dónde estuvo el propósito como criterio superior para evaluar una nueva idea? ¿Qué es más determinante: la misión corporativa o la opinión particular de un jefe?

Una aspiración superior aglutina voluntades, genera sentido de pertenencia y se convierte en una guía ante los dilemas, pues esta pregunta rige todo: ¿Cuál es la mejor decisión que debo tomar para contribuir al cumplimiento de nuestro propósito? Cuando una organización fracasa en alcanzar una meta teniendo todo el talento y el recurso para lograrlo, seguramente es porque algunos de sus miembros perdieron de vista la razón de ser y dieron rienda suelta a su apetito de poder, egocentrismos, notoriedad, complejo de superioridad o falta de humildad para colocar el propósito de todos por encima del propio. ¿Ha observado usted eso alguna vez?

Igualmente, a nivel personal, todos tenemos un propósito, una elevada aspiración que debe estar sobre los problemas cotidianos. A lo mejor cuando no reflexionamos en él, ni lo reforzamos, se nos pierde de vista y nos metemos en laberintos o preocupaciones de bajo rango. La disciplina para realizar ese propósito se acompaña de metas intermedias y visibles que nos indican si lo estamos concretando; es decir, si estamos avanzando en la dirección correcta.

La estrategia es apenas el “cómo” se logra, el “por qué” existe una empresa. Eso sí, todo lo anterior supone que tanto el propósito como la estrategia se sustentan en valores personales alineados con los corporativos, amalgama que explica la pasión compartida por una visión.

Al concluir esta lectura reflexione sobre usted o su equipo: ¿Cuál es su propósito integral? ¿Cómo sabe que lo está cumpliendo (obras)? Y ¿qué reglas de oro ha definido para avanzar hacia esas realizaciones concretas? Luego, ¡a la acción, continúe!

Autor: German Retana